miércoles, 2 de octubre de 2013

PESADILLAS


Algunas noches vuelvo a revivir cosas que me gustaría no haber vivido nunca. O cosas que aunque no he vivido, la sola posibilidad de que se hagan realidad basta para despertarme en plena noche, sudoroso y agitado. Normalmente en silencio. A veces con algún grito. La medicación, contra lo que gusta de opinar mi psiquiatra, no todo lo puede.
Por cierto que mi psiquiatra, y perdonen la salida del tema, ha perdido muchos puntos gracias a las nuevas tecnologías, léase whatsapp. Uno mete su número en la agenda, confiando en que algún día puede serle de ayuda, y hete aquí que cuando se pone a consultar la agenda en versión guasapera, en la que cada uno se identifica con la foto que entiende que mejor le define, aderezada además con un mensaje que acabe de redondear el concepto, me encuentro con que Paco, mi Paco, el que se supone que cuida y se desvela por mi salud mental, aparece en una pintoresca estampa, al pie de una monumental roca en la que alguien, vaya usted a saber si con sentido común o hasta los cojones de limpiar truños, ha escrito, en caligrafía imposible de ignorar: PROHIBIDO CAGAR. Pues ahí aparece mi Paco, con los pantalones a media asta, mostrando sus posaderas (nada digno de reseñarse, aunque tampoco hieren la vista de una forma irremediable). Como lema, o estado, mi querido psiquiatra ha elegido para acompañar la bucólica estampa una frase breve, pero contundente. Toda una declaración de intenciones: Transgrediendo. Muy hippy, muy coherente, muy cool, muy lo que ustedes quieran, pero ese es el tipo que se supone que tiene que impedir que me suicide. Y la próxima vez que la tentación de frenar un tren con mi esqueleto pase por mi cabeza, inevitablemente veré el trasero de Paco ante mis ojos. Todavía no sé si eso hará la decisión más o menos difícil. Aunque, desde luego, si la hará más desagradable. El culo de Paco, sin ser ninguna aberración, no es lo último que uno quisiera llevarse en la cabeza cuando se vaya de este valle de lágrimas.
Pero, en fin, vamos al tema. Las pesadillas. Fuente inestimable de inspiración para poemas románticos. Es una lástima que yo no sea un poeta, ni sea romántico, ni viva en el siglo XIX. Con esos condicionantes, las pesadillas quedan simplemente como una manera de arruinar el sueño y dejarte mal cuerpo para la vigilia. Una putada en toda regla, vamos. Pues últimamente me están atacando con cierta asiduidad. Incluso con despertares bruscos en mitad de la noche, de esos que le meten un susto importante a tu compañera de lecho, y que hacen que intente consolarte como si fueras un niño pequeño (“ya pasó, tranquilo, todo está bien”). Intento que se agradece, pero que no funciona.
No funciona cuando pasas la noche peleándote con un tipo grandote que te ha tirado en el suelo, en medio de una pelea infantil, y se ha sentado sobre tu pecho, agarrándote los brazos. Te tiene completamente inmovilizado. Y de repente, el tipo grandote empieza a recordarte todo lo que has hecho mal en tu vida. Eres un fraude. Nunca conseguirás hacer feliz a tu mujer. Nunca podrás ser un buen ejemplo para tus hijos. Intentas revolverte, pero no puedes. Te tiene bien sujeto. Y cuenta con el plus de decir la verdad. Algo que pesa como el plomo. Algo que hace imposible levantarte. Algo que te obliga a luchar con las sábanas en una batalla estéril que acaba por despertarla a ella. Ya pasó, tranquilo. Tranquilo. Y una mierda, tranquilo.
Tampoco funciona cuando pasas la noche dentro del vientre de una mujer. No me pregunten cómo, porque si supiera el sistema igual lo patentaría. O no. Yo qué sé. El caso es que estoy dentro del vientre de una mujer, y comparto el espacio con dos pequeños proyectos de personas. Dos niños. Dos enanos que flotan en una oscuridad perfecta, cómoda, ingrávida. En lo que debería ser, todos hemos pasado por ello, un estado de perfecta paz.
Pero no. Uno de ellos sufre. Su hermano se mece en las tranquilas olas de amor materno, tranquilo, satisfecho, pero él se retuerce, se esfuerza, lucha. Parece que en vano. Quiero animarlo, pero, cómo? Cómo puedes animar a algo (ni siquiera llega a ser alguien todavía) que antes de sentir la vida ya está viendo la sucia cara de la muerte? Quiero empujarlo, alentarlo, prestarle mis fuerzas. Pero no sirve. Él no percibe nada de todo esto. Está empeñado, completamente empeñado, en su propia lucha. No puede atender a nada más. Intento acercarme a él. Si no me oye, tal vez pueda sentirme. Pero lo único que consigo es enredarme en un vértigo pavoroso de ingravidez, de sonidos amortiguados, de los latidos de su madre, amordazados por un pánico demasiado intenso para pasar inadvertido. Me enredo en su placenta como en una tela de araña. Alargo la mano y consigo tocarlo. Es tan frágil, esa pequeña cosa, tan a medio hacer. Y sin embargo, su angustia y su lucha son tan reales que ese simple contacto hiela la sangre. La jungla empieza mucho antes de lo que todos pensamos. Esa cosa frágil intenta vivir. Si tiene que matar a su hermano, o a su madre, lo hará. Retiro la mano. Y siento un mareo como nunca antes. Me veo arrastrado por un remolino de sinsentido, acompañado hacia el fondo por los gritos silenciosos de los pequeños asesinos que quizá no tengan nunca la oportunidad de vivir. Y entonces despierto, sudando. Y les aseguro que mis gritos no son silenciosos. Despiertan a mi mujer. Despiertan a medio infierno. Todo está bien, tranquilo. Ya.
Me quedo en silencio, intentando que mi respiración suene tranquila. Deseando no ser ateo para tener un dios al que rezarle. Deseando que se haga de día pronto. Aunque sea con un amanecer sucio, frío y solitario. Cualquier cosa mejor que esto.
Algunos residentes aquí abajo me han mirado con cierta condescendencia. Seguramente sus pesadillas son peores. No pienso discutírselo. Cada uno tiene lo suyo. Así que los ignoro, y cruzo los dedos. A falta de religión, uno se refugia en ritos y tonterías. Cualquier cosa ayuda, cuando uno es consciente de que está en una batalla en la que el resultado final no depende de lo que haga o deje de hacer. Y, quién sabe? Tal vez sirva de algo. Tal vez cruzar los dedos cambie el rumbo de mis pesadillas y las conviertan en sueños apacibles y reparadores.
Desde el infierno, atentamente.
Samuel S. Morgenstern.

1 comentario:

  1. Anoche estaba escribiendo un comentario... cuando me dejó tirado el teléfono.
    Resumiendo, me parece muy angustiosa tu pesadilla aunque, para serte sincero yo llevo un par de años en los que cada vez que despierto por la mañana o tras dar una cabezadita, lo hago inmerso en una sensación de miedo que tarda bastante en diluirse. A veces pienso que el no recordar nunca lo que sueño es un mecanismo de supervivencia. Aún así, me provoca intranquilidad el intentar imaginar las aguas en las que buceo mientras duermo.
    Supongo, amigo mío, que es parte de ese infierno que todos tenemos.
    Cuídate... y cuídame!

    ResponderEliminar