En ocasiones, sortear los obstáculos es aterradoramente fácil. Una consulta con la federación autonómica de tiro olímpico. Te informan de los requisitos. No parecen demasiado complicados. Un examen psicotécnico, como el del carnet de conducir, y una visita a la Guardia Civil, donde te hacen un examen que da un poquito de vergüenza ajena. Vale. Ya tienes todo.
Ahora vuelves a la federación. Casualmente, no queda lejos de mi casa. Bueno, en realidad lo que queda cerca de mi casa es la galería de tiro. La sede de la federación, donde una aburrida administrativa llamada Silvia toma nota de las diligencias con una desgana que dan ganas de echarse a llorar, está situada en las instalaciones del estadio de fútbol de la ciudad, un faraónico monumento a la vanidad pueblerina erigido con dinero público, comme il faut. Pero la galería de tiro, que es donde realmente se huele la pólvora, queda cerquita de casa. Me voy para allá. Hola, buenas, qué tal. Mire, que tengo el permiso y quisiera federarme. Ya me he sacado el psicotécnico y hecho el exámen con la Benemérita. Usted dirá.
El tipo deja lo que está haciendo (desmontar una pipa, parece una Glock) y me atiende con entusiasmo. Ah, por supuesto. Pues ahora me rellena la solicitud de ficha federativa y con eso ya está todo. Me tiende unos papeles (los mismos que ya he visto por internet). En cuanto haga el ingreso, todo estará en regla.
Ya, digo yo. Todo estará en regla pero yo seguiré sin tener pistola, que es de lo que se trata. El tipo pone una cara rara. No se ofenda, sigo yo, pero en Picolandia no han sido pródigos en detalles. Agradecería que me aclarara un poco los pasos a seguir, sabe usted.
Ah, bueno, por eso no se preocupe, gorgotea el hombre con alborozo. Ahora le explico, pero, vamos, lo fundamental es la licencia y la ficha federativa. Con eso ya vale. Luego, si quiere tirar, aquí le podemos dejar armas del club. Si quiere tener una propia, le explico los trámites. Usted no se preocupe por nada.
No creo que se me vea muy preocupado, la verdad. De hecho, me cuesta contener la sonrisa burlona que el tipo me inspira, porque imaginar a este hombrecillo en plan Clint Eastwood cuesta bastante. Pero, en fin, todo sea por aligerar los trámites. Lo que usted diga, digo yo.
Relleno la solicitud de ficha federativa, aporto la documentación que me ha facilitado el gremio del tricornio, apoquino la cuota y, ale hop, ya estoy capacitado para comprar una pistola. Impresionante, ¿a que sí? Nadie me ha preguntado si estoy en tratamiento psiquiátrico (por supuesto, hubiera dicho que no, y que investigaran, no te jode). Nadie se ha tomado la molestia de comprobar si tengo antecedentes penales (bueno, igual los civiles sí, y no me he dado cuenta; pero yo juraría que no se han molestado, la verdad). En estos momentos, previo pago del reconocimiento psicotécnico (que ha supuesto un stres considerable, no se crean, mantener la bolita en el carril, identificar las letras y pulsar cuando escuchas un pitido por el oído derecho no está al alcance de cualquiera) y de la cuota de la federación, ya soy un ciudadano autorizado por la constitución y las más altas instancias para poseer un arma de fuego. Ahora díganme que no es para echarse a temblar.
Ah, pero no. Falta un trámite. El hombrecillo me informa, ante mi insistencia en el tema de comprar una pistola, que para tener un cacharro de esos en casa hay que disponer de un armero clase III. Una caja fuerte homologada, para entendernos, que hay que tener en casa para guardar la pipa y la munición. Vale, no parece un obstáculo insalvable. Me dice el hombrecillo que por internet se encuentran buenas ofertas.
Su puta madre, buenas ofertas. La que menos, de las que yo haya visto, cuesta 600 pavos. Una mierda de caja fuerte del tamaño de una caja de zapatos. Joder. Pues ya puede ser segura, ya. En fin. Me consuelo pensando que todo es por un buen fin. Y, al fin y al cabo, el dinero sólo sirve para gastarlo.
Un coleguilla de los que andaba por allí, por la galería, pegando tiros, se acerca discretamente. Me dice que lo del armero puede arreglarse. Que la Benemérita nunca hace inspecciones domiciliarias, que sólo hay que presentar en la Intervención de armas el recibo de haberlo comprado, y aquí paz y después gloria. Y que él conoce una armería de confianza que expende recibos como podría vender piruletas. Un chollo, vamos. No suena muy legal, pero, en fin, considerando para qué quiero la pistola, me vale. Le cojo los datos.
Días después, ya tengo el armero. O el recibo, que a los picoletos les vale lo mismo. Vuelvo a la galería de tiro de la delegación, a encontrarme de nuevo con el hombrecillo. Que ya lo tengo todo, le digo. Que ya puedo comprar la pistola. Ah, pues casualmente conozco a alguien que puede venderle la pistola ideal para empezar. Una Star del 22. Con la que hemos empezado todos. Perfectamente conservada. Una maravilla, oiga.
Se lo agradezco mucho, digo, pero yo estaba pensando en un calibre un poco más potente. Un 9 mm como poco. Me mira escandalizado. Eso sería un error, casi gimotea. Para empezar, controlar una 9 mm sería demasiado difícil. Y piense que tiene que pasar una competición, como mínimo, para renovar la licencia. Reconsidérelo, me ruega. todos hemos empezado con un 22.
Ya está reconsiderado, le digo yo, intentando no sonar demasiado borde. Pero, ¿sabe usted? el caso es que tengo las muñecas muy fuertes. Hago mucho ejercicio, y tal. Y siempre me ha llamado la atención un calibre como el 9 mm. Además, he visto en la página de la delegación que alguien vende una de segunda mano, a buen precio.
La mirada de espanto arrecia. Pero, pero.... No acierta a decir más. Así que aprovecho y me tomo su vacilación como un asentimiento tácito. Sabia que nos entenderíamos. Deme el número del vendedor, haga el favor. El pobre hombre no acierta a negarse. ¿Y éste es el responsable de todos los tipos que tienen licencia de armas en la provincia? Como dice mi padre, pasan pocas cosas.
Un par de llamadas y una transferencia después, soy el orgulloso propietario de una pistola de 9 mm. Marca Sig Sauer, fabricación suiza (las mismas que usa la guardia suiza del Vaticano, por cierto, detalle que no tiene nada que ver, pero que a un servidor, anticlerical recalcitrante, le pone un pelín cachondo). Modelo P 227, 9 mm. Con capacidad para 10 balas en el cargador y una en la recámara (me han ofrecido el cargador de 14, pero he pasado, me parecía excesivo). Me han regalado una funda y una caja de munición a medio gastar. Me ha costado 450 leuros. Puesta en la intervención de armas de la Guardia Civil.
total, que otra vez a verle el careto a los de verde. Hola, buenas, vengo a recoger una pistola. Referencia tal, modelo cual. Aquí tiene caballero. Muchas gracias, muy amable. Todo ha sido muy cordial. Supongo que el hecho de que no les haya contado que pienso utilizarla para cargarme a mis jefes ha influido.
En fin, que aquí la tengo. Mola. Pesa. Es fría, dura. Es peligrosa. Me encanta. Y llevarla en la cadera es una sensación casi erótica. Me siento poderoso. Insultantemente poderoso. Me siento peligroso. Y probablemente lo soy. Para mí y para los demás. Porque no puedo dejar de pensar en la cantidad de cosas que se pueden hacer con una herramienta como esta.
Me atreveré?
Aquí en el infierno, las opiniones están divididas. Hay gente que apuesta por mí. Pero otros dicen que siempre han pensado que soy un bluff.
No sabría decir quién tiene razón. El tiempo decidirá.
Atentamente,
SS Morgenstern.