jueves, 20 de junio de 2013

OBSESIONES

Una de las cosas más difícil para un hombre, aparte de mear dentro del váter cuando te levantas empalmado por la mañana o cambiar de equipo de fútbol, es olvidarse de una mujer a la que, en su momento, quisiste tirarte y no pudiste, bien por impedimentos morales, físicos, de logística o de puta casualidad cósmica. Esas cosas se quedan ahí, muy dentro, en algún lugar indefinible a medio camino entre el cerebro y la entrepierna, latentes. Puede que no las notes, pero siguen activas. Simplemente, esperan su momento. Las mujeres deseadas y no conseguidas tienden a convertirse en obsesiones, y las obsesiones son asquerosa y aterradoramente pacientes. Pueden esperar años, siglos, vidas. Lo que haga falta. Hasta que un buen día, te comes una magdalena y te buscas la ruina. Quien dice una magdalena, dice un periódico, o un programa de radio, un comentario de un amigo, una foto vista en algún sitio. Qué más da. El caso es que ha vuelto. Tu mujer maldita. Tu obsesión.

Esta semana he vuelto ha hablar con ella. Para decirle adios, lo siento, me pienso suicidar, espero que todo te vaya bien. Pero, qué cosas. Después de hablar con ella ya no quería suicidarme. Sólo quería seguir hablando con ella. Bueno, y tirármela. Pero suicidarme no. Es un poco como lo que me pasa con la escritura: cuando estoy desesperado tengo ganas de escribir. Y me sale. Los dedos se mueven solos sobre el teclado. Y el texto parece tener sentido. Bien, ¿no? Pero entonces me siento tan bien, tan orgulloso de mí mismo, tan satisfecho de haberme conocido y de escribir así de puta madre que ya no tengo ganas de escribir. Me pongo a ello, lo intento, pero nada. Dame tiempo, esto no me había pasado nunca, enseguida estoy... puedo utilizar las más acreditadas excusas, pero es imposible engañar a la pantalla. Contento soy incapaz de escribir. Sólo cuando estoy asqueado puedo enfrentarme al insultante blanco de la pantalla. El resultado puede ser desigual, no lo sé, ni soy quién para decirlo, ni me importa demasiado, pero al menos soy capaz de escribir.  Y, a pesar de que, como ya he dicho, no puedo ser imparcial, cuanto más cerca estoy del abismo es cuando mejor escribo. Cuando menos quiero vivir, más se empeña la escritura en amarrarme a la vida. Pues con ella ha pasado algo parecido.

Sé que no debí hacerlo, pero no pude resistirme. Ya saben que soy fan declarado de Oscar Wilde, y aquello que dijo de vencer las tentaciones siempre me ha parecido un buen método. Quizá sea comodidad por mi parte, o falta de espíritu de sacrificio. Quién sabe. En cualquier caso, le escribí un breve mensaje. Y después otro. Y otro. Y después otro, ya no tan breve. Y a los diez minutos ya estábamos como hace tres años. Buscándonos las cosquillas. Por una parte, vuelve a ser divertido. Por otra, la sensación de pérdida presentida vuleve a ser insoportable. Por encima de todo, las ganas de tirármela siguen revoloteando sobre todas las conversaciones.

Quiero pensar que soy un caballero, y que lo único que pretendía era darle la oportunidad de decirme:¨"ya te lo dije". Que es algo que siempre reconforta, no nos vamos a engañar. Quiero pensar que fue sólo un momento de debilidad, y que levante la mano el que no ha tenido uno de ésos. Quiero pensar que estoy loco, y no sabía lo que hacía. Quiero pensar muchas cosas.

Pero en lo único que puedo pensar, aunque no quiera, es en estar con ella. En estar en el sentido menos casto de la palabra.  Lo que no me tranquiliza demasiado, la verdad.

Así que me he ido a dar un paseo por ahí, a conocer un poco los alrededores, a ver si me aireaba un poco. Ha sido un error. Porque me he encontrado, de  repente, en el segundo círculo. Rodeado de gente que me susurraba al oido "tíratela".

Como si necesitara que me animaran. Mierda de vecindario. Y es que aquí en el infierno es difícil encontrar buenas influencias.

Atentamente.

SS Morgenstern.

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