Una vez leí, hace mucho tiempo, que nadie tiene muy claro lo que es un héroe. Para unos un libertador, para otros un asesino, para algunos un tipo con el coraje de hacer lo que debe cuando los demás sólo hacen lo que pueden... Ninguna definición me convenció, la verdad. O quizá el problema es que me convencieron todas. En cualquier caso, el concepto de héroe siguió estando durante mucho tiempo fuera de mi alcance, lejos de mi capacidad de comprensión. Por momentos me parecía una palabra sublime, por momentos una reliquia rancia y sin sentido. Héroe. Una palabra extraña, y a duras penas comprensible.
Recurro, como siempre, a la ayuda de lo más sabio que tengo a mano: mis hijos. Les pregunto: "Chicos, ¿qué es un héroe?". El peque siempre es el que más presta tiene la respuesta. Y sus respuestas suelen compensar con su velocidad su falta de precisión. El que mata a los malos, dijo. Vamos bien, pienso yo. Aunque entonces nos encontramos con un nuevo problema: ¿quiénes son los malos? Uf. Me parece que por aquí nos vamos a liar, porque si cada respuesta nos va a llevar a una nueva pregunta, esto puede ser muy largo. Así que me vuelvo hacia el mayor, algo más reposado, por si tiene un punto de vista distinto que arroje alguna luz sobre el asunto. Lo piensa unos instantes antes de responder con cautela, como con cuidado, quizá para que su hermano pequeño no se sienta ofendido al caer en la aparente simpleza de su respuesta. Un héroe, dice, es el que hace lo que está bien, aunque le cueste. Vaya. Intento disimular la decepción que me ha provocado su respuesta, pero la verdad es que esperaba más de él. Trato de bromear. Entonces, hacer los deberes te convierte en un héroe, ¿no? Y cuando mamá nos cuida y hace la comida, también es una heroína, ¿verdad? Y entonces pasa una cosa muy rara. Que mi hijo mayor, que no tiene entre sus mayores virtudes la capacidad para captar la ironía, se queda mirándome un segundo, muy serio, y contesta. Ajá.
Tiempo de intendencia. Hay que preparar baños, cenas, cepillar dientes, arropar niños.... Así que hasta un buen rato después no tengo el tiempo y la calma necesarios para meditar esa sucinta respuesta como se merece. Me tumbo en el sofá (me gusta este sofá, poner los pies en el regazo de mi mujer, y saborear los escasos momentos, siempre demasiado breves, de los que dispongo antes de volver al infierno) y me digo: ¿y por qué no? ¿Qué más le vas a pedir a un héroe? Hace lo que debe, aunque le cueste. No se debería necesitar más.
Y entonces, cómo tantas otras veces, la vida da una vuelta de campana, impulsada por la conmoción que supone que un enano de 7 años te dé lecciones de filosofía y ética vital. Haz lo que debas, aunque te cueste.
Esa era la clave de todo. La teníamos ahí delante, todo el rato, y fuimos incapaces de verla. Lo que debas. Aunque cueste.
Será cabrón, el enano.
En fin. Disculpen el exabrupto. Ya me vuelvo al infierno.
Suyo atentamente.
SS Morgenstern.

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