miércoles, 26 de junio de 2013

ABRAZOS

Hay muchas clases de abrazos. Supongo que como de cualquier otra cosa. Abrazos de achuchón, abrazos viriles, acompañados de sonoras palmotadas en la espalda. Abrazos tiernos, cálidos y largos, de esos que deseas que no se acaben nunca. Abrazos apasionados, que comprometen seriamente la integridad física de los implicados. Podría seguir y no acabar.

Pero ahora les voy a contar una historia que tiene que ver con una clase de abrazo muy rara. De hecho, técnicamente no existe. La historia viene asociada a una sorpresa monumental, de esas que te dejan con la boca abierta, consciente de que estás poniendo cara de tonto, pero sin poder hacer nada para evitarlo.


Estamos preocupados- me dijo. Te notamos raro ultimamente. ¿Te pasa algo?

Una muestra de afecto desinteresada, genuina, verdadera. Me dieron ganas de llorar.

El despiste del otro día, el accidente del viernes... Te vemos un poco disperso. Bueno, no sé como decirlo, pero te vemos raro. No sabemos qué te pasa, pero es evidente que te pasa algo. No sé lo que es, pero aquí nos tienes para apoyarte en lo que sea, ¿de acuerdo?

Las ganas de llorar arrecian. No me esperaba una muestra de afecto de este calibre. No de él. No de ellos. Pero hacen que me sienta orgulloso de compartir la trinchera con ellos. Esbozo una triste explicación: el estrés, la presión, el médico, la medicación... pero  ya estoy mucho mejor. Él me echa un cable.

Si, nosotros también te vemos un poco mejor.

Bien, parece que la cosa va colando. Pero vuelve a la carga.

En cualquier caso, no te agobies, coño. Apóyate en nosotros, que para eso estamos. No revientes. Pídenos ayuda. Joder, que somos amigos, tío.

Mal que bien, le explico que ya estoy mucho mejor. Le brindo una mirada que pretende ser una demostracion de agradecimiento. Y entonces él, que en siete años de compartir trinchera no me ha tocado ni una sola vez, me pone la mano en el hombro. Más exáctamente, en el cuello. Y me brinda una caricia tan leve que nadie podría asegurar que ha existido. Pero que yo he sentido, y apreciado.

Y para eso estamos.

Y se va. Sale de mi despacho sin volver la vista atrás. Dejándome sólo el recuerdo de su mano en mi nuca, y de su mensaje en mis oidos. Dejándome con unas arrasadoras ganas de llorar. Y con la sensación de que hemos perdido la ocasión de darnos un gran abrazo.

He vuelto al infierno hecho una piltrafa.  Pensando en esa clase de abrazos, los que no has dado, que te persiguen toda la vida. Todos lo han notado. Nadie ha comentado nada, pero sé que, en el fondo, todos saben por lo que estoy pasando. Nada nuevo bajo el sol. La vida siempre ha sido así de perra, pero siempre ha habido gente dispuesta a echarte una mano.

Después de enjugarme las lágrimas, lo primero que se me ha venido a la mente es que estas vacaciones están siendo muy productivas.

Atentamente,

SS Morgenstern.

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