sábado, 15 de junio de 2013

DÍAS DE VINO, ROSAS, BUITRES Y LORAZEPAM

La vida se ha convertido en una montaña rusa. Bueno, la vida no, mi vida, pero como resulta que es la que más me importa, tengo un cierto sesgo a la hora de opinar, que espero que ustedes sabrán disculpar. Los días son un tormento, atrapado en un trabajo que no me gusta, con una mujer a la que quiero demasiado para pedirle el divorcio, pero no lo suficiente para vivir con ella, y con unos hijos a los que adoro pero de los que preferiría tener noticias por internet, sin tener que aguantarlos todos y cada uno de los putos minutos que paso en casa. La educación tiene una parte de carrera de fondo que nadie nos había contado. O tal vez si, pero estábamos demasiado ocupados pensando en follar y no prestamos la debida atención. Un lamentable error.

El caso es que es a plena luz del día cuando todo parece amenazante, gris, peligroso. Cuando veo una realidad distinta de como era hace un tiempo. Tirando más a las películas de Tim Burton, para entendernos. O, si quieren que nos pongamos cultos y marquemos paquete de sensibilidad artística, con cierta estética de expresionismo centroeuropeo de fines del XIX. El cielo se llena de pajarracos que me vigilan. Son pacientes. Son tenaces. Y saben que tarde o temprano caeré, y podrán darse un banquete con mi alma. Intento no mirarlos, pero la alternativa es mirar ese otro mundo, deforme, absurdo, y al final me quedo con los buitres. Y los miro con ese coraje lunático que sólo tiene uno en el segundo final, un instante antes de que la fiera le pegue el zarpazo definitivo. Aunque nunca he pensado que la manera de morir importe demasiado (los italianos dicen que una bella morte honora tutta una schifossa vita, pero también votan a Berlusconi, así que como para hacerles caso), ahora prefiero acabar mirando a los buitres a los ojos. Son extrañamente impersonales. Quizá por eso dan tanto miedo.

Las noches vienen en mi ayuda, puntualmente. Dejo atrás todo lo que debo ser, y me concentro en ser simplemente lo que soy. Quizá debería sentir vergüenza por ser tan poca cosa, pero no. Una vez que lo aceptas, que asumes lo que hay, libera bastante. No tienes nada, no eres nada. No hay nada que perder. Y el mundo duerme, así que tú puedes dedicarte a disfrutar de los únicos momentos de paz en muchas horas. El mundo duerme y te deja en paz, y tú puedes asomar, desde tu rinconcito del infierno, y salir a dar un paseo. Ya no hay buitres. Ya no hay nada. Sólo calma. Eres el rey del mundo. Quizá el lorazepam tenga algo que ver. Bueno, ¿y qué demonios importa? Eres el rey del mundo. De un mundo que antes era amenazante y ahora se ha vuelto amable. Así, sin más. Tienes sueño, pero la fascinación por volver a ver todo como era antes, o como tú lo recordabas, hace que te resistas al sueño. Dormir sería una pérdida de tiempo, cuando tienes ante tí un mundo por fin de líneas rectas y colores tranquilos. Un mundo sin los chillidos amenazantes de los buitres hambrientos. Y sales a recorrer ese mundo, temeroso al principio. Te han enseñado a desconfiar de la calma, la trampa puede estar en cualquier sitio, donde menos te lo esperas. Pero la curiosidad, y el alivio, pueden más. Paseas toda la noche por campos de rosas. Y lloras.  Sobre todo al amanecer, cuando comprendes que has estado toda la noche caminando entre las rosas que nunca enviaste cuando debías, las rosas que alguien esperó de tí, siempre en vano.

El primer rayo de sol te estremece. Sabes lo que anuncia. A lo lejos suena un graznido, mientras una sombra comienza a adivinarse en el cielo todavía oscuro. Vuelven los buitres.

Y tú corres a esconderte de nuevo en tu rincón del infierno, aferrándote a tus pastillas, a recuerdos que nunca existieron, y a la rabia por todas las cosas que no hiciste, por todas las rosas que no enviaste. Aferrándote a los labios que no besaste, y que ya nunca besarás.

Quizá la rabia sea suficiente para sobrevivir otro día más en el infierno.

Atentamente,

SS Morgenstern.

No hay comentarios:

Publicar un comentario