En verano de 2009, Robert Enke le confesó a su mujer, Teresa, que había estado buscando la manera de acabar con todo. De suicidarse. Ella le hizo prometer que no lo haría. Él le contestó: "Si pudieras entrar en mi cabeza, aunque sólo fuera un rato, entenderías por qué me estoy volviendo loco".
Poco tiempo después, el 10 de Noviembre de 2009, Robert se despidió de su mujer diciéndole que iba a entrenarse con el preparador de porteros del equipo. Cuando el tiempo pasó y él no volvía, Teresa supo que algo iba mal. Llamó a algunos amigos. Todos intentaron ponerse en contacto con él. El móvil de Robert no les devolvía la llamada. Algo que había llegado a ser habitual. cuando llamaron al equipo, el preparador de porteros les dijo que aquel día no había habido entrenamiento. Fue entonces cuando llamaron a la policía. Pero era ya demasiado tarde.
En aquel preciso momento, Robert Enke, de 32 años, futbolista profesional, portero del equipo de primera división Hannover 96, se dirigía a la estación de ferrocarril de la pequeña localidad de Neustadt am Rübenberge, cerca de Hannover. Cuando vio llegar el primer tren, se arrojó a las vías. Nadie pudo hacer nada por evitarlo. Enke fue arrollado por el tren, con resultados fatales.
¿Por qué se suicidó? ¿Quién puede saberlo? Tendemos a pensar que los ricos y famosos no tienen problemas, pero eso está muy lejos de ser cierto. Todos tenemos que arrastrar nuestra cruz. En algunos casos el peso es insoportable. Algo que sólo puede apreciarse desde dentro. Como todas las tragedias, la vida es algo sumamente íntimo.
Conocí a Robert Enke cuando fichó por el Barcelona, en la temporada 2002. Procedía del Benfica, y todos le recibieron como una gran esperanza, como la garantía que la portería blaugrana necesitaba. Sin embargo, no cuajó. Después de una temporada, recaló en el Tenerife. Tampoco triunfó. Después de su aventura ibérica, Enke volvió a Alemania, y se hizo con un puesto en el Hannover 96. Pero ya nada fue igual.
El chico ilusionado que había salido de su hogar con apenas 19 años se había transformado en un hombre atormentado, que luchaba contra sus propios demonios y contra una indomable sensación de fracaso. La muerte en 2006 de su hija de 2 años, víctima de una malformación cardiaca, fue la puntilla. A partir de entonces, los demonios de Enke tomaron el mando. Y ya no hubo vuelta atrás.
Sin duda tenía sus razones, aunque fueran razones que nadie más podía entender. Quizá podía haber enfocado sus problemas, sus fracasos, de alguna manera más positiva, y tal vez el final hubiera sido distinto. Tenía 32 años, una familia que lo quería, una carrera más que digna en el deporte que amaba. Y nada de eso fue suficiente.
"Si pudieras entrar en mi cabeza, aunque sólo fuera un rato, entenderías por qué me estoy volviendo loco".
Ahora aprovechamos el tiempo echando unos partiditos aquí en el infierno. El tipo todavía para bien, y cuesta meterle un gol. Quizá el suicidio le quitó un peso de encima. O tal vez aquí abajo todo es más fácil, incluso hacer de portero.
Aunque, afortunadamente, ni siquiera aquí, en el infierno, nadie puede entrar en mi cabeza.
También afortunadamente, aquí no hay trenes.
Aunque, afortunadamente, ni siquiera aquí, en el infierno, nadie puede entrar en mi cabeza.
También afortunadamente, aquí no hay trenes.
Atentamente,
SS Morgenstern.

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