jueves, 13 de junio de 2013

UNA POSIBILIDAD

¿A ustedes no les ha pasado nunca, eso de encontrar una perla entre la inmundicia y el estiercol? Es raro, poco frecuente, y desconcertante, cuando pasa. Pero a veces pasa. Por ejemplo, en una película que no te gusta, que te parece una chorrada y de la que no abandonas la sala porque has tenido una educación casi de posguerra y ya que has pagado la entrada te tragas toda la película, si o si. Es la versión cinematográfica de comerte todo lo que te ponen en el plato, que la vida no está para despilfarros. Y de repente, en medio de aquel pestiño, encuentras la perla, la revelación, la verdad.

Deberías considerar la posibilidad de que le caigas mal a Dios.

Incluso a mi, que soy ateo, esta frase me sobrecoge. Porque pone en solfa mucho más que un sentido de la vida. Pone en entredicho la vida misma. Quizá todo sea una cuestión de escala. Quizá nada tenga sentido. ¿Quién puede saberlo? El caso es que no podemos estar seguros de que Dios quisiera tenernos rondando por su planeta, por su casa. Quizá le suponemos un estorbo. Hay ratos en los que me imagino un Dios medio borracho, viviendo en una caravana cochambrosa y desordenada, gritándole a sus hijos y dando tumbos en busca de la siguiente botella de vodka. Puede que nosotros seamos los hijos de ese Dios borracho e iracundo. Tal vez nuestros instintos de supervivencia se deban a que crecimos en una casa de mierda, con una madre violada por un padre alcohólico, y lo primero que aprendimos fuera a esquivar los golpes de aquellos que supuestamente nos querían. O tal vez esto no sean más que rodeos para decir que la vida es una puta mierda.

Personalmente, prefiero una explicación de las miserias del mundo un poco más científica, con menos intervención divina. Somos animales en busca de la supervivencia, y hacemos lo que sea por conseguirla. Si puede ser con arreglo a las leyes vigentes en tu parte del mundo, mejor, pero sin obsesionarse. La evolución, la lucha por los recursos, todo eso. Una teoría que sirve para explicar gran parte del desbarajuste que se puede apreciar por todos lados, mire uno donde mire. Pero de vez en cuando me entra la vena mística y me da por pensar que quizá no sea todo tan simple, tan mecanicista. Quizá seamos realmente hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza. Y es entonces cuando se me cae el alma a los pies.

Porque entonces Tyler Durden tenía razón. A pesar de no existir, a pesar de ser simplemente un delirio, una imagen fugaz en las noches insomnes de un loco, fue capaz de dar con la clave: Dios no nos quiere. Aunque seamos sus hijos. Aunque nos creara. Aunque seamos el fruto de su amor, o su lujuria, o de una borrachera que acabó en revolcón, Dios no nos quiere. Somos un estorbo. Así que tenemos que espabilarnos y buscarnos la vida. Hacer algo para demostrarnos a nosotros mismos que somos algo más que figuritas de barro colocadas en el teatro del mundo por un maestro de ceremonias de barba blanca y aspecto adorablemente angelical.

Quizá haya llegado la hora de aceptar que no le caemos bien a Dios. Que somos hijos no deseados.  Estamos en un lugar en el que nadie nos quiere, y en el que nadie nos va a ayudar.

Eso es la vida. Eso es la puta vida.

Cada vez estoy más convencido de haber acertado escogiendo el destino de mis vacaciones.

Atentamente, desde el infierno.

SS Morgenstern.

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