martes, 2 de julio de 2013

TENTACIONES

Las tentaciones están por todas partes, acechando. Algunas son buenas, otras son neutras,  otras más malas que la quina. Algunas son de carácter inequívocamente pecaminoso (contra el sexto, concretamente; o contra el noveno, en ocasiones), pero otras son de un género más irracional. Tan absurdo que no cabría calificarlas como pecado. Por ejemplo, matarse. ¿Matarse es pecado?

En mi trabajo tengo que subir con cierta regularidad a estructuras que estan a varias decenas de metros del suelo. Es decir, que un vuelo sin motor hacia abajo sería lo último que disfrutaría en este mundo. Sería fácil. No sé si doloroso, pero bastante breve, seguramente. Y razonablemente seguro. Sería difícil sobrevivir a algo así.

Pero no se vayan todavía, aún hay más. Vivo rodeado de maquinaria pesada, que circula siempre un poquito más rápido de lo que la prudencia exigiría. Las prisas, ya se sabe. El caso es que, con la cantidad de esquinas y ángulos muertos que uno puede encontrar en las instalaciones, lo raro es que no haya más de un atropello diario. Seguramente porque la gente valora su pellejo y tiende a aferrarse a su vida. Pero si alguien, pongamos por caso un servidor, se aferrara un poco menos y se encontrara a la vuelta de una esquina bajo las ruedas de una excavadora, pues vaya por Dios, qué mala suerte. Pero tampoc iba a ser portada en los periódicos. No sé si me explico.

Las revisiones de los centros de transformación, centros de control de motores y cosas similares, electrificadas hasta los topes, con voltios amenazantes acechándote en cada esquina, son otro punto interesante. Cualquiera puede cometer un descuido y tocar el cable rojo cuando debería haber tocado el negro. Qué desgracia. Que pase el siguiente.

Luego hay algunos garrulos a los que les dejamos, no sé muy bien por qué, manejar el puente grúa. Imagínenese el panorama. Una nave de tránsito más o menos obligado con su espacio aéreo surcado incesantemente por bultos de mil kilos para arriba, manejados por tipos para los que distinguir el rojo del verde suele resultar un esfuerzo titánico. Quieren emociones fuertes? Pues pasen y vean.

Y ahora díganme que no pasaría inadvertido un suicido en estas condiciones. Considerando que la autoridad laboral y la policía judicial, como, desgraciadamente, me consta, necesitan probar sin ningún género de dudas que la víctima cometio una imprudencia temeraria que te cagas de la muerte para declarar que la empresa no tiene responsabilidad. Es decir, que si no me encuentran en el cuerpo (o lo que quede de él) alcohol, drogas o similares, y no haya testigos que me hayan visto bailar desnudo salmodiando versos satánicos al compás del runrún de las máquinas, la responsabilidad será de la empresa, y oficialmente no me habré suicidado. Será todo un disgusto para mis compañeros (para algunos más que para otros), para la dirección general (estas cosas siempre afean la imagen de la empresa) y para la compañía de seguros (que tendrá que soltar un pastizal, y eso siempre jode). Pero podría ser, oficialmente, una víctima más del opresivo y deshumanizador ambiente laboral en el que vivimos. Y más ahora, con la crisis.

Lo malo es que los vecinos que tengo aquí abajo, en el infierno, son un poquito cabrones, y no dejan de animarme. Como si yo necesitara ánimos, ya ven.

En fin, ya les contaré. O lo leerán en los periódicos.

Atentamente,

Samuel. S. Morgenstern.

No hay comentarios:

Publicar un comentario